viernes, 8 de febrero de 2008

La ceguera...de Miguel Stroggoff

Mientras tanto, Miguel Strogoff estaba de pie, mirando altivamente al Emir o despreciativamente a Iván Ogareff. Esperaba la muerte y, sin embargo, se hubiera buscado vanamente en él un síntoma de debilidad.
Los espectadores, que permanecían aún en los alrededores de la plaza, así como el estado mayor de Féofar-Khan, para quienes el suplicio no era más que una atracción más de la fiesta, esperaban a que la ejecución se cumpliese. Después, satisfecha su curiosidad, toda esta horda de salvajes iría a sumergirse en la embriaguez.
El Emir hizo un gesto y Miguel Strogoff, empujado por los guardias, se aproximó a la terraza y entonces, en aquella lengua tártara que el correo del Zar comprendía, dijo:

-¡Tú, espía ru
so, has venido para ver! ¡Pero estás viendo por última vez! ¡Dentro de un instante, tus ojos se habrán cerrado para toda luz!
¡No era, pues, a la muerte, sino a la ceguera, a lo que había sido condenado Miguel Strogoff! ¡Perder la vista era, si cabe, mucho más terrible que perder la vida! El desgraciado estaba condenado a quedar ciego.
Sin embargo, al oír la sentencia pronunciada por el Emir, Miguel Strogoff no mostró ningún signo de debilidad. Permaneció impas
ible, con sus grandes ojos abiertos, como si hubiera querido concentrar toda su vida en la última mirada. Suplicar a aquellos feroces hombres era inútil y, además, indigno de él. Ni siquiera pasó por su pensamiento.
Su imaginación se concentró en su misión fracasad
a irrevocablemente, en su madre, en Nadia, a las que no volvería a ver. Pero no dejó que la emoción que sentía se exteriorizase. Después, el sentimiento de una venganza por cumplir invadió todo su ser y volviéndose hacia Iván Ogareff, le dijo con voz amenazadora:
-¡Iván! ¡Iván el traidor, la última amenaza de mis ojos será para ti!
Iván Ogareff se encogió de hombros.
Pero M
iguel Strogoff se equivocaba; no era mirando a Iván Ogareff como iban a cerrarse para siempre sus ojos. Marfa Strogoff acababa de aparecer frente a él.
-¡Madre mía! -gritó-. ¡Sí, sí! ¡Para ti será mi última mirada, y no para este miserable! ¡Quédate ahí, frente a mí! ¡Que vea tu rostro bienamado! ¡Que mis ojos se cierren mirándote ... !
La vieja siberiana, sin pronunciar ni una palabra avanzó ...

-¡Apartad a esa mujer! -gritó Iván Ogareff.

Dos soldados apartaron a Marfa Strogoff, la cual retrocedió, pero permaneció de pie, a unos pasos de su hijo.
Apareció el verdugo.
Esta vez llevaba su sable desnudo en la mano, pero este sable, al rojo vivo, acababa de retirarlo del rescoldo de carbones perfumados que ardían en el recipiente.
¡Miguel Strogoff iba a ser cegado, siguiendo la costumbre tártara, pasándole una lámina ardiendo por delante de los ojos! El correo del Zar no intentó resistirse. ¡Para sus ojos no existía nada más que su madre, a la que devoraba con la mirada! ¡Toda su vida estaba en esta última visión! Marfa Strogoff, con los ojos desmesuradamente abiertos, con los brazos extendidos hacia él, lo miraba... La lámina incandescente pasó por delante de los ojos de Miguel Strogoff. Oyóse un grito de desesperación y la vieja Marfa cayó inanimada sobre el suelo. Miguel Strogoff estaba ciego.
Una vez ejecutada su orden, el Emir se retiró con tod
o su cortejo. Pronto sobre la plaza no quedaron más que Iván Ogareff y los portadores de las antorchas. ¿Quería, el miserable, insultar todavía más a su víctima y, después del ejecutor, darle el tiro de gracia?
Iván Ogareff se aproximó a Miguel Strogoff, el cual, al oírlo que iba hacia él, se enderezó. El traidor sacó de su bolsillo la carta imperial, la abrió y, con toda su cruel ironía, la puso delante de los ojos apagados del correo
del Zar, diciendo:
-¡Lee ahora, Miguel Strogoff, lee, y ve a contar a Irkutsk todo lo que hayas leído! ¡El verdadero correo del Zar es, ahora, Iván Ogareff!
Dicho esto, cerró la carta, introduciéndola en el bolsillo y después, sin volverse, abandonó la plaza, seguido por los portadores de las antorchas.
Miguel Strogoff se quedó solo, a algunos pasos de su madre inanimada, puede que muerta.
A lo lejos, se podían oír los gritos, los cantos, todos los ruidos de la orgía que se desarrollaba. Tomsk brillaba de iluminación co
mo una ciudad en fiesta. Miguel Strogoff aguzó el oído. La plaza estaba silenciosa y como desierta. Arrastrándose, tanteando, hacia el lugar en donde su madre había caído, encontró su mano y se inclinó hacia ella, y aproximando su cara a la suya, escuchó los latidos de su corazón.
Después, parecía como si le hablase en voz baja.
¿Vivía la vieja Marfa todavía y entendió lo que le dijo su hijo? En cualquier caso, no hizo ningún movimiento. Miguel Strogoff besó su frente y sus cabellos blancos. D
espués se levantó y, tanteando con los pies, intentaba también guiarse extendiendo sus manos, caminando, poco a poco, hacia el extremo de la plaza.
De pronto, apareció Nadia.
Fue directamente hacia su compañero y con un puñal que llevaba consigo, cortó las ligaduras que sujetaban los brazos de Miguel Strogoff.
Éste, estando ciego, no sabía quién le liberaba de sus ataduras, porque Nadia no había pronunciado ninguna palabra.
Pero de pronto dijo:
-¡Hermano!
-¡Nadia, Nadia! -murmuró Miguel Strogoff.
-¡Ven, hermano! -respondió Nadia-. Mis ojos serán los tuyos a partir de ahora. ¡Yo te conduciré a Irkutsk!

"Miguel Strogoff", Julio Verne, escritor francés (1828-1905)

La música la ponen los Coros del Ejército Rojo con "La canción de las llanuras"

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Quintana hubiera abierto un centro de DIA para los lisiados del correo del Zar. Es coña.
Os imaginais que tipo de persona podría hacer este trabajo en nuestra época, jugándose la vida de esta manera...

Anónimo dijo...

Y mira como se lo agradecen...
A mi me gustaba mucho esta historia (yo creo que ponían en la tele una serie). Y en carnavales me disfracé algún año de cosaco... ahora es diferente, no me disfrazo pero bebemos como cosacos, jeje (es broma).
Ah, que no se nos olvide.........

VAMOS DEPOR SIGUE PRESIONANDO...!!!!!

Anónimo dijo...

Que por cierto, en esta historia nos topamos otra vez con la envidia... y no de la sana.

Anónimo dijo...

ESTE ERA MI LIBRO PRFERIDO DE PEQUEÑO. Lo he leido cienes y cienes de veces pero al verdad aun recuerdo varios pasajes

Preferidos tambien son los canticos del ejercito rojo para J

MAÑANA TODOS A RIAZOR

TENEMOS QUE AGRANDAR LA SENDA DE LA ESPERANZA