jueves, 1 de mayo de 2008

Lugares en que he estado... nem as paredes confesso

Sigo a lo mío. Esta es la vista aérea de Lisboa, capital de Portugal. Una ciudad encantadora, con la grandeza de haber sido una de las ciudades más importantes del mundo en su momento y la belleza de unas plazas y avenidas que dejan la boca abierta. Alguna gente dice que Lisboa está destartalada, lo cual es en parte verdad, pero es que eso es parte de su encanto. Es como un viejo museo que necesita que lo restauren y pinten. O no lo necesita, quien sabe.
La ciudad fue arrasada por un maremoto (o tsunami si se quiere) en 1755 y fue reconstruida siguiendo las ideas del Marques de Pombal, dejando una ciudad por la que hay que pasear, más que ir a ver cosas concretas.
Bajando desde la plaza que lleva su nombre, del Marques de Pombal, se baja por la enorme Avenida da Liberdade hacia el río Tajo. Allí se ve a la derecha la antigua y espectacular Estación del Rossío en la Plaça dos Restauradores. Hay una especie de bajada suave hacia una gran plaza, la de Dom Pedro IV con la estatua del mismo rey portugués y cruzando una calle se llega a otra plaza más pequeña pero muy bonita, llamada la Plaça da Figueira, con otra estatua a caballo. Que parece que gustan mucho por Lisboa.
Desde estas dos plazas hacia el río van en cuadrícula muy ordenada las calles del Rossío, con la Vía Augusta en el centro. Esta calle llega a la Plaça do Comercio con un imponente arco triunfal un poco barroco. En la plaza hay otra estatua ecuestre de otro rey y sobre todo y por encima de todo... el río.

La música la pone la gran Amalia Rodrigues (1920-1999) que tenía una voz tan increíble, tan potente y "cheia de sentimento" que pone los pelos de punta.
"O que interessa é sentir o fado. Porque o fado não se canta, acontece. O fado sente-se, não se compreende, nem se explica."

Aqui va "Nem as paredes confesso"

Toda ella era fado - Javier Ortiz (El Mundo 7/10/1999)
Su nacimiento aparece consignado en el Registro Civil de Lisboa el 23 de julio de 1920. Ella decía que en realidad se produjo algunos días antes, aunque nunca supo cuántos. Es muy posible que fuera así: las familias pobres de la época, tanto en Portugal como en España, solían demorarse a la hora de los deberes burocráticos.
Sus padres eran muy pobres, en efecto. De la Beira Baixa, emigraron a Lisboa en busca de trabajo. Cuando Amália tenía 14 meses, la dejaron al cuidado de su abuela y, decepcionados, volvieron al terruño.
Se educó como pudo. O sea, en la calle, o por los muelles del puerto lisboeta, en la madragoa, donde vendía limones con su hermana. Allí oyó por primera vez cantar fados. Fado, del latín fatum: «Que destino / ou maldiçao...». Su destino fue el fado.
Casi niña, ya cantaba esos malditos, esos melancólicos, esos tristísimos fados. Sacándolos de la garganta, haciéndola temblar desde dentro, como lo han hecho siempre los buenos fadistas.
A los 16 años se casó con un guitarrista, del que se separó al poco. Debutó a los 18, en uno de los muchos locales de mala muerte de la Alfama, ganándose la negra etiqueta que perseguía a todos los intérpretes de fados: una música tenida por propia de gentes de dudoso vivir y de escasa cultura. Como el tango. Como el cante jondo. Como el blues.
Pero Amália, salida efectivamente de ahí, y del Barrio Alto, era diferente. Tenía una voz extraordinaria y una belleza deslumbrante. No tardó en hacer populares algunos de sus primeros fados: Coimbra, Lisboa antiga... Eran músicas llenas de nostalgia, interpretadas con una sinceridad conmovedora. Las vestía de letras a menudo muy tradicionalistas, cuando no abiertamente reaccionarias. Su Lisboa nao sejas françesa («Lisboa, no seas francesa») haría sin duda las delicias de Oliveira Salazar. Frente al París licencioso y vanguardista, la reivindicación de una Lisboa «sólo para nosotros». Una Lisboa inexistente, «antigua y señorial».
Pronto saltó su fama fuera de las fronteras lusitanas. En la España de los 50, las canciones de Amália Rodrigues (Amália, a secas, como siempre la llamaron sus admiradores) se alternaban a diario en las radios con las de Concha Piquer, Luis Mariano, Gloria Lasso y Adriano Celentano. Se conocían las más pegadizas (esa Uma casa portuguesa repetida hasta el aburrimiento), pero no las más sentidas y profundas, cantadas con poco más acompañamiento que la guitarra y la viola. Como la maravilla que fue Tudo isto é fado. Como Maldiçao. Como aquella conmovedora Lágrima, cuya música Carlos Gonçalves robó de la tradición popular italiana y a la que Amália puso letra: «Si supiese, / si supiese que muriendo, / tú me habrías de llorar, / por una lágrima, / por una lágrima tuya / ¡qué alegría! / me dejaría matar». Ha habido que esperar hasta Mísia, culta y renovadora, para hallar una voz que supiera concentrar en esa canción tanta pasión contenida y tanta emoción estética.
En los 60, Amália encontró el reconocimiento de la crítica internacional. Hizo giras por medio mundo e intervino en numerosas películas, como Fado, Capas Negras, Vendaval y Sangre y toros. Cantó en español, en inglés y en francés, al modo tradicional y con orquesta, vestida de negro -como era su gusto, y el de la mayoría de las fadistas- o de colorines: lo que le pidieran. Estaba encantada de triunfar. Necesitaba el aplauso. Entretanto, a los 40 años y en pleno éxito, volvió a casarse, esta vez con un ingeniero e industrial brasileño.
En junio de 1974, desconcertada por el triunfo de la Revolución de los claveles, se presentó en el teatro lisboeta de Sao Luiz y cantó Grandola Vila Morena. Fue un gesto oportunista que disgustó tanto a los amigos del viejo régimen como a los entusiastas del nuevo. El autor de Grandola, Zeca Afonso, llegó por aquel tiempo a decir que consideraba que el fado era irrecuperable para un país libre: cantos de llanto de un pueblo «con unas inexplicables ganas de sufrir», según había escrito un buen poeta luso casi un sigloantes. Carlos do Carmo, entre otros, le demostró pronto que no: el fado era mucho más que eso, y los poemas de Saramago, Pessoa, Ary dos Santos y muchos más ayudaron a la resurrección democrática y poética del viejo y sentidísimo fado.
Amália volvió a los escenarios en 1976, también en Lisboa, pero esta vez sin complejos, y con rotundo éxito. Tras otro prolongado retiro, regresó en 1988, celebrando su 68 aniversario ante 20.000 personas en Lisboa. Pero, por mucho que fuera aclamada, lo cierto es que ya su voz y su capacidad de emocionar no eran las mismas. Quienes fueron fervorosos de la garra instintiva y visceral de sus mejores años convinieron en que aquello era decididamente... otra cosa. Poco después se sometió a una operación de corazón y se retiró de los escenarios ya de modo definitivo.
Amália deja tras de sí medio siglo en los escenarios, más de 150 discos y una legión de admiradores. De derechas y de izquierdas.
Amália Rodrigues, cantante portuguesa de fados, nació en Lisboa en 1920 y murió ayer en la capital portuguesa a los 79 años, víctima de una enfermedad no revelada.

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5 comentarios:

Anónimo dijo...

Mola Lisboa (Portugal en general) y los fados, aunque alguno sea un poco coñazo.
Es verdad que es un poco destartalada, con muchos contrastes, zonas chulas al lado de otras un poco menos bonitas, y bastante animación en las docas. Cerca está entre otros el cabo da roca, un sitio flipante para quien le gusta mirar el mar sin más.
Buen puente.

Anónimo dijo...

Sí estoy de acuerdo con vosotros, a parte de callejear se puede comer muy bien.
Me voy a cenar que para algunos no hay puente....

Louis dijo...

Viva el arroz tamboril.

Anónimo dijo...

que grande eres Leoncinho, tal vez te hayas comprado "uma casaca dos leoes" ayer desde el aire nos acordamos de ti y prometimos seguir progresando en nuestro conocimento del pais vecino aunque con la pequeña hacer turismo es complicado y hay que optar por el vacacional pero tambien hay playas buenas en Portugal (muy surferas las peninsulares - como gostan da minha dona) y con unas islas por descubrir (creo que nos iremos a conocer Madeira antes de acaber el año)

Anónimo dijo...

@louis

Confirmo tu moción... espectacular plato